martes, 11 de agosto de 2009

La peste de los caudillos 'pop'

Hugo Chávez no debe dar explicaciones a Álvaro Uribe sobre las armas de dotación oficial venezolanas que aparecieron en poder de las Farc: tiene que dárselas a los colombianos, verdaderas víctimas de la operación. Hay que acabar de una vez por todas con la categoría de rencillas personales que caracteriza las relaciones entre los caudillos populistas de América Latina y explicar que en su feria de simpatías, antipatías y caprichos se compromete mucho más que la vanidad de los excelentísimos señores presidentes; lo que está en juego es la seguridad, la economía, la libertad de circulación, la tranquilidad y los mutuos sentimientos de aprecio de los pueblos que ellos representan, aunque lo olviden a menudo en sus disputas ególatras.

Volveré sobre este asunto, pero antes considero necesario señalar que en aritmética el orden de los factores no altera el producto, pero en diplomacia el orden de los factores es, exactamente, lo que puede modificar el resultado. El proceso de una diferencia o un conflicto entre países puede atravesar varias etapas consecutivas. Primero, el diálogo reservado de cancillerías; si este no funciona, la intervención presidencial privada; de fallar ella, la intervención gubernamental pública, en la cual el presidente o el canciller comunican el problema a los ciudadanos para procurar su apoyo; si el problema sigue, es precisa la denuncia internacional ante entidades pertinentes; y, en cualquier momento, auxilio de mediadores de buena voluntad. Solo en extremos indeseables, y agotada toda opción distinta, podría considerarse una acción bélica.

En el caso del gobierno ecuatoriano y sus relaciones con las Farc, Colombia empezó por el final: bombardeando. Después patinó de manera desordenada por otras etapas: el abrazo presidencial en Santo Domingo, las críticas públicas, las labores de cancillería.

Distinto ha sido el pleito por los lanzacohetes que compró Venezuela a Suecia y acabaron en manos de las Farc. En este caso se produjeron las gestiones reservadas de cancillería y, al final, la denuncia internacional de Colombia. De nada sirve que Chávez fanfarronee cerrando fronteras y retirando al embajador; lo que debe hacer es investigar y aclarar. Así como muchos colombianos consideramos grave error el bombardeo de territorio ecuatoriano, apoyamos la denuncia del gobierno nacional sobre Venezuela y exigimos explicaciones a Chávez.

Justo es advertir, sin embargo, que el traslado parcial de la base gringa de Manta a Colombia suscita inquietud y sospecha en el vecindario, y me pregunto si Colombia se tomó el trabajo diplomático previo de explicar a los gobiernos más próximos las características del acuerdo con Washington. Tal acción no representaba una dejación de soberanía mayor que aceptar las bases. Si no lo hizo, contribuyó a caldear el problema. Si lo hizo, tiene un argumento valioso para insistir en la inocuidad de las "manticas".

Vuelvo ahora al asunto de los 'caudillos pop' que mencionaba atrás. Es ya inocultable el peligro que encarnan estos caciques poderosos, engreídos y populares, de izquierda o de derecha, que han florecido en América Latina en los últimos años. Son personajes que todo lo llenan, que no dejan instancias intermedias, que se consideran irreemplazables y se reeligen eternamente, que gobiernan desde el micrófono o la televisión y convierten sus almas atribuladas en territorio patrio. Así, los rencores personales pasan a ser políticas de Estado y el choque de sus egos lo pagan los ciudadanos. Al final, se necesitan los unos a los otros. Uribe aumenta su popularidad atacando a Chávez y Correa, y cada uno de ellos sube puntos en la encuestas vociferando contra Uribe.

O ponemos fin al caudillismo latinoamericano modelo siglo XXI, o terminarán gravemente enfrentados unos pueblos que siempre fueron hermanos.

cambalache@mail.ddnet.es


Daniel Samper Pizano

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