viernes, 21 de agosto de 2009

Cuento/ Frenesí.

Por: Susan Pirajan

Cuando se dio cuenta que la naturaleza de un hombre cualquiera saciaría su deseo, sintió compasión. Extraña compasión que se dirigía a quien fuera que fuese escogido. Ya que competía al hombre sucumbir ante las propuestas, sin derecho a rechazarlas. En un juego de ajedrez, un movimiento errado le procuro un irrefutable desenlace, así, su propio final. Brindando solución a la muerte, ahora, a la vida.

Omaira era médica de guerra, consagro su vida a salvar ajenas, reina de un lugar blanco en un espacio de hoyos negros. Dedico los días a atender victimas, no pacientes, literalmente resultaría impropio llamarlos así en tiempos donde permanecer hace parte de una estratagema, donde no hay benevolencias. El lado de tu color es tu lado… ella creyó estar en el bando de los buenos, un poco absurda sesgada por el lenguaje burlesco y macabro que la guerra cavila en defensa de la razón, no la verdadera razón, solo alguna que delira ser homologa. Ha pasado mucho tiempo en la hostilidad del tablero, el suficiente para sembrar vida y ver brotar las semillas de sus entrañas en medio de un medio que no tiene medio, un ambiente blanco o negro. Por su familia, aprendió a mantener alejados los pensamientos de sus manos, acariciaba y oprimía las heridas sin preguntar la razón de su existencia, la mantenía intrínsecamente alejada del conflicto y la muerte, físicamente estaba rodeada viendo caer las piezas. El tiempo empeoraba el espacio, lo percibía porque el hospital no estaba lleno, no había heridos que sanar, no los había porque ya no se da oportunidad a la vida, los cuerpos llegan con la esencia desprendida. Queriendo ser justa en un mundo de injustos, curaba y deambulaba con los muertos vivos de ambos bandos, en una zona de falsa tregua donde los peones se miraban fijamente acusando el primer movimiento, alimentando su ego de miradas temerosas.

Al encuentro de su esperanza de manos y morral sucios, llego el mal día, la tierra se volvió cuadritos, los peones de un lado y de otro se movieron, así, alfiles cortaron el viento con sus mortíferos proyectiles en carrera, así, caballos metálicos cañoneros dieron tétricos estruendos, así, las torres se derrumbaron con espantosos ruidos, así, las cabezas se llenaron con anhelos de victoria y ansias armadas de verborrea encarnizada por el glorioso ¡Jaque mate!... - ¿Maté un niño? –pensó un maldito alfil atónito observando su victima, con el arma en la mano apuntando la mira en la mirada recriminante de la madre abatida. Omaira rodeada, sin posibilidad de moverse, pasmada, con los ojos fijos en el asesino de su hijo, cae prisionera por la muerte de su alma. Sorpresivamente un espasmo de su cuerpo producto del odio, toma el arma del suelo y la apunta contra el asesino. Lo observa, pero no hay nada que la relacione con el ser que tiene en frente, segura de que no le quita nada, sus deseos lo obvian, su cuerpo frenético esta corrompido por el dolor de su alma. Es factible morir por fuera sin hacerlo por dentro, pero lo intrínseca otorga licencia para matar, así, su mirada penetro en los ojos del verdugo a la misma velocidad que lo haría una bala segundos después, como lo hicieron las miradas de otros a su alrededor en total frenesí mientras los cuerpos caían a su alrededor. La que dedico su existencia para proteger la vida, hoy le arrebata otras. Ahora las fichas están caídas, la reina del lugar blanco esta de pie en el tablero, vacía…

1 comentarios:

zancudo dijo...

Al interior de este relato predomina la idea del espacio y los acontecimientos que suceden sobre Omaira, valiéndose ¡Usted! Escritora de una aptitud capaz de fijar historias en ciertos lugares del tablero.
Aquí el espacio es un dominante existencial y emocional, acompañado de una versión conmovedora del acontecer humano, cotidiano, común y corriente, homogéneo, mecanizado y estándar, propio de la memoria superficial utilizada de manera consciente y efectiva.
La historia suscita una participación emocional, ya que se encuentra narrada desde el punto de vista del personaje principal. Penetrando en su intimidad, sigo lo que le sucede paso a paso, y en los mismos términos de su profunda reflexión. A lo anterior contribuye que el narrador es omnisciente, es decir lee la mente y relata los pensamientos de Omaira. Narrativa que puede volver su mirada hacia la humanización, hacia su entorno inmediato, rechazando cualquier tipo de interposición estilística entre el lector y el mundo que devela en su cuento/ Frenesí. Abrazos. Angelo.

Suicidio: cáncer de la sociedad - Documental dirigido por SU.

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